
No es la primera vez que Canadá tiene que lidiar con un movimiento separatista en el país, ya que en los 90 Quebec estuvo a punto de separarse. No obstante, el deseo por la independencia de Quebec estuvo motivado por un factor cultural, “una sensación de diferencia respecto el Canadá anglófono”, comenta el periodista canadiense Leyland Cecco.
Lo que ahora enfrenta Trudeau es una frustración creciente de las provincias del Oeste en contra de sus políticas, que ha desembocado en el movimiento separatista de la región de Alberta, apodado como Wexit. En Alberta, conocida como el “Texas de Canadá”, el territorio más rico en lo que a petróleo se refiere, hay quien considera que todo su dinero se está mandando al Gobierno federal en Ottawa y se está distribuyendo en otras provincias sin tenerles a ellos en cuenta.
Es lo que se conoce como sistema de “igualación”, mediante el cual el dinero recaudado se redistribuye a las provincias que más lo necesitan.
Según cuenta el economista de la Universidad de Calgary Trevor Tombe, en The Guardian, “es una percepción sencillamente errónea”. En Alberta los ingresos son más altos que en cualquier provincia de Canadá, con una mayor concentración de personas que ganan 100.000 dólares al año.
Alberta, región petrolera, “lleva sufriendo desde 2014”, explica Leyland Cecco, “cuando pasó la última crisis global del petróleo”. Es ahí donde empezaron los primeros signos de frustración, cuando los albertanos vieron que tenían petróleo pero no la manera de transportarlo. Mientras tanto, había un superávit de petróleo y el Gobierno no decidió cómo explotar ese recurso. En este proceso, desde que empezó la crisis en 2014 “se han perdido 130.000 puestos de trabajo” explicaron en The Guardian, y aunque el Wexit sea por ahora un movimiento minoritario, se ha demostrado efectivo para dar voz a la decepción que sienten muchas personas en el Oeste de Canadá. Los partidarios del Wexit piden, con un discurso con tintes trumpistas, “hacer Alberta grande otra vez”.
Solo el 12% de los albertanos quieren a Justin Trudeau como presidente, según contaba recientemente la encuesta de la agencia Ipsos de octubre. En la provincia ganó el voto conservador y la promesa de Trudeau de convertir el país en uno que genere cero emisiones preocupa a los habitantes de la región petrolera más que nunca.
Algunas de las contradicciones del Gobierno de los liberales relucieron el pasado 17 y 18 de junio cuando la por aquel entonces ministra de Medio Ambiente, Catherine Mckenna (ahora ministra de Infraestructuras), presentó una moción para declarar la emergencia climática en Canadá. Mckeena dijo que el cambio climático se trata de “una crisis real y urgente, provocada por la actividad humana, que afecta el medioambiente, la biodiversidad, la salud y la economía de los canadienses.” Añadió que es un “problema de seguridad nacional” y que hacía falta “tratarlo como tal”.
24 horas después, Justin Trudeau confirmaba la polémica expansión y nacionalización del oleoducto Trans Mountain, que pasará de transportar 300.000 barriles de petróleo diarios a 890.000 desde Edmonton (Alberta) a Burnaby (Columbia Británica). El petróleo que se transporta es extraído de arenas bituminosas, lo que lo convierte en un crudo cuyo proceso de extracción es “altamente contaminante y dañino para el medio ambiente”, cuenta la BBC. Al estar entremezclado en la arena hace falta usar agua y sustancias químicas para separarlo.
La voluntad de construcción de dichos oleoductos generó división política y actualmente hay diversos temas legales a resolver y protestas con relación a ellos. Los ciudadanos de Alberta quieren los oleoductos, porque viven del petróleo, pero los quieren gestionar ellos. Consideran que Trudeau tiene mejores cosas en las que invertir dinero que comprar oleoductos y quieren tener la libertad de gestionar el petróleo desde el ámbito privado. Por otro lado, los votantes más conscientes de la emergencia climática, sobre todo votantes jóvenes, son muy críticos con la inversión en petróleo. “Intentando contentar a ambos lados solo ha conseguido enfadarlos a los dos”, explica Cecco.
El crecimiento del Bloque Quebequés
En el lado Este del país norteamericano también llamaron la atención los resultados del partido nacionalista de Quebec, el Bloque Quebequés. Dieron un salto, con Yves-François Blanchet de líder, y pasaron de 10 a 32 escaños. “El avance no refleja tanto un repunte del soberanismo, como las tensiones entre la inmigración y el laicismo”, apunta el diario El País. Actualmente, la población de Quebec está lejos de querer celebrar un tercer referéndum, pero el crecimiento del partido de Blanchet significa “obtener una voz para Quebec”, comenta Cecco. “Hay la percepción de que es mucho mejor así”, añade. Un Trudeau débil perdió la batalla contra un líder del Bloque Quebequés con muy buen discurso, enérgico y joven.
A mediados de año, Trudeau y su equipo del Partido Liberal perdió también una gran oportunidad al oponerse diametralmente a la Ley de Laicidad –conocida en Canadá como Bill 21– que prohíbe la exhibición de símbolos religiosos a los trabajadores públicos. Yves-François Blanchet la apoyó (de hecho muy pocos políticos han querido criticarla) porque en Quebec está bastante respaldada y durante el período electoral nadie se atrevió a criticarla por miedo a perder votos. “La preocupación actual recae en el impacto que pueda tener en las comunidades religiosas que viven en Quebec y que llevan piezas de ropa visibles que muestran su confesión religiosa”, detalla Leyland Cecco. Además, no ha hecho más que acrecentar las divisiones entre Quebec y el resto del país.
No contentos con haber hecho realidad la Ley de Laicidad en Quebec, el partido de derechas Coalición Futuro de Quebec (CAQ), partido que gobierna en Quebec y principal impulsor de la Bill 21, pondrá más trabas a los inmigrantes en Quebec para convertirse en canadienses. A finales de octubre, François Legault, líder de la CAQ, anunció que a partir del 1 de enero de 2020 los trabajadores mayores de 18 años y sin incapacidades médicas tendrán que someterse a un test de “valores democráticos y quebequenses”.
Trudeau comentó al respecto que Legault tenía el derecho de hacerlo, pese a que sea un movimiento que, por su naturaleza contraria a la diversidad, diluye la posibilidad de que Canadá sea el país inclusivo que él prometía cuando llegó a la presidencia.
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