
Dan las doce y desaparece el hechizo de la Trudeaumanía. Pero como Cenicienta, que consigue finalmente convertirse en princesa, Trudeau (o “el príncipe azul de Canadá”) logró ser reelegido en las elecciones federales de Canadá el pasado 21 de octubre. Lo hizo, sin embargo, con un renovado “liderazgo anémico”, como dijo la periodista Jen Gerson en The New York Times, ya que ganó en minoría. Y con poca elegancia, empezando su discurso cuando el líder de la oposición, el conservador Andrew Scheer, estaba hablando en directo para dar su valoración postelectoral y al mismo tiempo que su posible socio de gobierno progresista, el líder del Nuevo Partido Democrático (NPD), Jagmeet Singh -que consiguió 24 escaños y perdió 15-.
Así como Hillary Clinton ganó el voto popular pero no la presidencia de Estados Unidos en 2016, en Canadá este 2019 pasó algo similar. El partido Conservador de Scheer ganó en votos pero consiguió solo 121 escaños que, pese a ser 26 más que en la legislatura anterior, no son suficientes para conformar Gobierno. El Partido Liberal de Trudeau -que tras conocer los datos estaba eufórico- ganó las elecciones con 157 escaños. Para los liberales son peores resultados que en 2015, pierden 20 escaños y no llegan a la mayoría de los 170 escaños de los 338 pero, tras un año convulso, ganar en minoría sigue siendo ganar.
A Trudeau se le veía eufórico, casi como si no se creyera su victoria, una victoria que hasta el último momento estuvo en duda, tras un 2019 en el que su currículum se llenó de escándalos.
Fue el político que hizo que el Partido Liberal fuera “guay” otra vez, como dice Leyland Cecco en el podcast “Today in Focus” de The Guardian. Y es que en 2015, antes de que fuera elegido, hubo tal sensación de emoción ante la existencia de un candidato como Justin Trudeau que se decidió nombrar a todos los que le apoyaban como partícipes de la Trudeaumanía.
Un candidato progresista, viajado e hijo de un expresidente no se veía cada día. Parecía casi demasiado bueno para ser verdad.
El 18 de septiembre de 2019 se confirmó que no es oro todo lo que reluce. Cuando las fotos del líder del Partido Liberal vistiendo brownface (un maquillaje oscuro) salieron a la luz, el hechizo de la Trudeaumanía desapareció. No fue solo una ocasión, sino varias, en las que el presidente de Canadá se había disfrazado de distintas etnias. La primera foto que desató el escándalo, publicada por TIME, se hizo cuando él tenía 29 años, en una fiesta de disfraces de la escuela privada donde era profesor, en Vancouver. En menos de dos horas The Globe and Mail publicaba otras fotos y hasta un vídeo de las diversas ocasiones en las que Trudeau vestía la brownface o blackface (dependiendo de la ocasión).

El periodista Ian Bremmer, en la revista TIME, escribió que el blackface “es un mal atuendo para cualquier candidato, pero más aún para uno que ha construido su marca política basándose en la inclusión, la inmigración, el multiculturalismo y el progresismo global”. Por sincronicidades de la vida, Justin Trudeau había dicho a Bremmer, días anteriores, que “los actos hablan más que mil palabras”.
Vestir blackface es mucho más que pintarse la cara de un color oscuro y disfrazarse. Es más bien seguir perpetuando los estereotipos racistas que en el siglo XIX los actores blancos reproducían cuando representaban esclavos de plantaciones y negros libres en el escenario, caricaturizándolos hasta llegar a la deshumanización. Hasta cierto punto habla también del nivel de consciencia del primer ministro.
Justin Trudeau también es criticado cuando en viajes oficiales a países extranjeros se viste con atuendos tradicionales (pero a veces poco usados) del país, sirviéndose de los estereotipos estéticos de estos. Un político de Cachemira, tras la visita de un Trudeau coloridamente vestido, tuiteó que “para su información, los indios no nos vestimos así todos los días, ni siquiera en Bollywood”.
Es difícil determinar a qué nivel el blackface u otros escándalos afectaron la decisión de los votantes en las elecciones. El periodista canadiense Leyland Cecco dice que al hablar con votantes de la comunidad asiática y minorías del país “había frustración por el comportamiento de Trudeau, pero no la suficiente como para dejarle de votar.”
Si bien es verdad que un escándalo como el blackface no es un buen peso que llevar en la mochila de la reputación, Trudeau tiene mayores problemas en los que focalizarse ahora mismo.
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