Un sabio muy listo dijo una vez algo bastante acertado… cogito ergo sum (pienso, luego existo).

Lo genial de los pensamientos filosóficos de siglos atrás es que algunos de ellos siguen siendo de rabiosa actualidad, y aunque creo que se puede existir de otras maneras (sintiendo, por ejemplo), pensar nos viene bien a todos.
Así que hoy escribo un post “ligero” (y pongo ligero entre comillas porque lo que viene a continuación es breve pero puede significar un cambio en nuestras vidas muy positivo). El penúltimo de este Agosto, con regusto a vacaciones y ganas de empezar el curso con las mejores intenciones.
Os dejo tres textos de distintos autores que hacen pensar y pueden servir para debatir con vuestros amigos y familiares estos días de verano (o con vosotros mismos).
El primero, del psicoterapeuta Anthony de Mello, extraído de su libro “Un minuto para el absurdo”:
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«Una buena manera de descubrir tus defectos -dijo el Maestro– consiste en observar qué es lo que te irrita de los demás».
Y contó cómo su mujer, que había dejado una caja de bombones en el estante de la cocina, descubrió una hora más tarde que la caja pesaba bastante menos: todos los bombones de la capa inferior habían desaparecido y habían ido a parar a una bolsa de papel que se encontraba encima de las pertenencias de la nueva cocinera. Para no poner a ésta en una situación enojosa, la bondadosa mujer del Maestro, volvió a colocar los bombones en la caja y guardó ésta en una alacena, a fin de evitar posibles tentaciones.
Después de la cena, la cocinera anunció que dejaba su trabajo aquella misma noche.
« ¿Por qué? ¿Qué sucede?», preguntó el Maestro.
«No quiero trabajar para personas que roban», fue su desafiante respuesta.
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El segundo, del libro “Cuentos mágicos y del intramundo” del polifacético Alejandro Jodorowsky:
Lastre
Por tener piedad del gusano que la dio a luz, la mariposa nunca más voló.
Y el tercero y último de Jorge Bucay (que escuché cuando era pequeñita en un audiolibro narrado por él mismo, llamado precisamente “Cuentos para pensar”):
El elefante encadenado
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enrome bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía… Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…
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Deseo que os gusten tanto como a mí.
Love, Janira x