Mírame a la cara

Cuando era pequeña y tenía algún problema siempre contaba con mi madre, mi consejera, mediadora y animadora. Puedo decir que soy afortunada y eso sigue siendo así, aunque nunca olvidaré algo que me recordaba con cierta asiduidad y que me marcó para siempre: “las cosas se solucionan hablando.”

Es por ello que me preocupa que  hoy en día el hábito de la conversación sea raro, menos relevante y más interrumpido por aspectos externos. Que cuando suceda sea banal y superficial.

Me preocupa estar en una comida y oír: “cambiemos de tema” o “te lo tomas muy a pecho” cuando asuntos como la política, el trabajo, los refugiados o demás surgen entre el nada complicado (pero sí vacío) small talk. Me preocupa que mi prima sienta que no encaja en un grupo en el que el parloteo sólo verse sobre tres temas: la ropa, Dulceida y los tios.

¿Dónde queda el hablar de los sueños y las aspiraciones? ¿Sabes qué mantiene despierta a tu amiga cuando no puede dormir un domingo por la noche? ¿Sabes qué es para ella la vida?

Siempre he odiado las denominadas “conversaciones de ascensor”. De hecho, cuando vivía en un piso con ascensor le llegué a preguntar a uno de mis vecinos si realmente le gustaba su trabajo. Me miró ligeramente sorprendido y me dijo que sí, que le gustaba mucho. Yo sonreí y le dije que eso era lo importante.

Conversar nos hace humanos. Sherry Turkle, autora de En defensa de la conversación (entre otros libros) acaba su magistral tesis con una frase que me parece maravillosa:

“Tenemos tiempo para realizar las correcciones necesarias. Y para recordar quiénes somos: criaturas con historia, con una psicología profunda y relaciones complejas. Criaturas de conversaciones toscas, arriesgadas y cara a cara.”

Hablar desde nuestro interior nos hace vulnerables, porque nos exponemos y nunca gustaremos a todo el mundo. Pero sólo así podemos conectar con aquellos que vibran en nuestro mismo nivel de energía, y sólo así podemos crecer.

Pero… espera un momento. ¿Cómo tener una conversación de esa magnitud, si no sabemos quiénes somos? ¿Y, cómo saberlo si tememos estar solos?

Nunca llegaremos a conocernos si no nos preguntamos realmente quiénes somos, qué queremos, qué nos gusta y por qué estamos en la tierra. Y es crucial que experimentemos momentos de soledad. Algunos tacharán lo dicho de existencialista, pero personalmente lo veo vital, indispensable para (en definitiva) conseguir el que debe ser nuestro propósito número uno: ser felices.

Está genial tener cuenta en todas las redes sociales del momento, compartir, comentar y aprender de ellas, pero no debemos caer en el error de evitar aquellos que no piensan igual que nosotros. A ratos me cansa la superficialidad de las RR.SS., lo fácil que es deshacerse de algo, lo poco que cuesta decir adiós, borrón y cuenta nueva.

¿Sabes lo que es sexy? Una conversación real. 

El problema es que una conversación real sólo puede crearse si tú eres real.

El mundo pide a gritos ahogados ser entendido. El mundo necesita más coloquios.

Una conversación sin filtros, ni tapujos, sin miedos ni prejuicios. Una conversación dónde la escucha sea la base más sólida y los ojos se encuentren contínuamente.

Espero decirlo cada vez menos, pero mientras tanto no dejaré de suplicarlo:

Mírame a la cara

y cuéntame qué cruza tu mente.

Love, Janira x

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