A pesar de que este es mi espacio en la inmensidad de internet y lo que escribo es lo que pienso sin filtros, no suelo hablar de cómo me encuentro con asiduidad. Pero hoy me resulta muy difícil no hacerlo. Me considero una de las personas con mayor conocimiento de teoría sobre inteligencia emocional de entre mi círculo de amistades, ya que, sobretodo gracias a mis padres, he leído, consumido información y aprendido conceptos claves sobre la materia desde temprana edad.
Pero la teoría no sirve si tan solo se retiene y no se pone en práctica.
Así que aquí viene una pequeña (diminuta, en realidad) autocrítica, porque creo que no soy la única que se debate constantemente entre dilemas morales y análisis internos sobre actos y toma de decisiones diarios.
Soy consciente de mi posición privilegiada en el mundo, no me falta de nada y mi lista de cosas por las que dar gracias es interminable, cosa que, inevitablemente, me genera un conflicto interior. Todos mis problemas diarios entran el la categoría de first world problem y siento la necesidad de compensar ese hecho obrando de la mejor forma posible. ¿Pero cuál es la mejor forma posible? No me canso de repetir que el cambio es la única constante, que nos deberíamos preguntar (nosotras a nosotras mismas) más y mejor, y que el conflicto interior es la mayor fuente de crecimiento.
Pero el conflicto interior (por mucho first world problem que sea) duele. Duele porque si es verdad que “la ignorancia es la clave para la felicidad” siempre he sido partidaria de que esa felicidad es realmente inexistente, y que cuando descubres la verdad (o tu verdad) te golpea en la cara sin preguntarte antes si te gusta el sadomaso.
Y yo pensaba que no me gustaba, pero ahora creo que lo necesito. Necesito aprender y saber, necesito aportar algo positivo, dejar el mundo un poquito mejor de como me lo he encontrado y aunque me abrume la inmensidad y la infinitud de la información que me queda por leer y aprender, necesito que sea así.
Soy culpable de camuflar el perfeccionismo de excelencia (aunque siempre al final acabo siendo más pragmática que perfecta). Y todo esto conlleva que periódicamente, cómo sucede con el capitalismo y sus crisis cíclicas, rompo a llorar desesperadamente.
Quizá sea porque me de demasiada importancia pero, aunque creo en confiar en la vida, en que todo tiene su razón de ser y que la perfección es real porque todo nos enseña algo, me siento comprometida a cambiar cosas. Y sí, claro que uno debe ser el cambio que desea ver en el mundo, pero se me queda corto.
Así que bien, no sé si estos pensamientos desordenados e insuficientes pueden aportar algo a alguien, pero espero que si tú (que estás leyendo esto), te sientes un poquito identificada, veas que no eres la únic@ (¿loca, enferma, obsesionada?) y que aunque sea un granito de arena, cualquier aportación puede mover montañas.
Y como si del efecto mariposa se tratase, mis dilemas me llevan siempre a buscar amigos en los libros (aparte de en mi madre que se traga siempre mis lloreras) y esta vez, Oriana Fallaci, en la introducción a su gran obra “Entrevista con la historia” tenía justo lo que una estudiante de 3º de periodismo como yo necesitaba leer:
“¿Qué otro oficio permite a uno vivir la historia en el instante mismo de su devenir y también ser un testimonio directo? El periodismo es un privilegio extraordinario y terrible, no es raro, si se es consciente, debatirse en mil complejos de ineptitud. No es raro, ante un acontecimiento o un encuentro importante, que sienta como una angustia, el miedo de no tener bastantes ojos, bastantes oídos y bastante cerebro para ver y oír y comprender; como una carcoma infiltrada en la madera de la historia.” – Oriana Fallaci.
No es raro e incluso me atrevería a decir que es necesario. Gracias por leerme,

Love, Janira x
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